Hay quien dice que los números no mienten. Yo no puedo estar más en desacuerdo. A los números se les puede hacer decir casi cualquier cosa. Una cosa y la contraria. Solo depende de cómo planteas la pregunta.
Pongamos un ejemplo. Este año hemos crecido un 100% en facturación (silencio…). Vale… ¿Y? ¿Cuánto han crecido tus costes fijos? ¿Cómo ha evolucionado tu margen? ¿Qué circunstancias, exógenas y/o endógenas, han propiciado ese incremento? ¿Es estructural o solo coyuntural?
Ya lo siento, es como pinchar un globo. Tiene un punto de susto y otro de diversión.
Si tienes una reunión con personas a las que quieres impresionar, véase entidades financieras, quienes realizan inversiones en tu empresa o tus familiares, el discurso será el siguiente: “Ha sido un buen año, hemos crecido en torno al 100%, doblando nuestra facturación del pasado año. El mercado se ha comportado bien y hemos sabido aprovechar las oportunidades. Estamos en una senda de crecimiento exponencial…”. Bla, bla, bla.
Cuando tienes una reunión con el personal, ya el tema cambia. Hablaremos de incremento de costes, el entorno de crisis, la incertidumbre, la competencia, el lobo de Caperucita… ¡horror!
Si nos reunimos con nuestra amable competencia en la asociación en que estemos encuadrados…Aquí ya será el tótum revolútum de sacar pecho y compartir miserias. Todo ello aderezado de la queja sobre las zancadillas que nos pone la Administración correspondiente, léase Hacienda, con la regulación cada vez más exigente, los impuestos más altos, las obligaciones administrativas más numerosas (pobre Batuz), etc.
Total, en conclusión, que los números vaya que si mienten.
O quizá no, seguramente, quienes mentimos somos las personas, tanto por acción como por omisión.
Pero la mentira más triste e improductiva, además de peligrosa, es la que encierra el discurso que nos contamos a nosotras mismas.
¿Y tú? ¿Qué te cuentas?